lunes, 27 de mayo de 2013

Inteligencia Emocional. Parte 1.

¿ Qué es la inteligencia emocional?

 ¿Qué puede llevar a un estudiante modelo, con las notas medias más altas de la clase a llevar a cabo una agresión a un profesor? ¿No se supone que tener un alto nivel de inteligencia racional, un alto coeficiente intelectual (CI) nos hace sumamente inteligentes, incapaces de cometer actos impropios de tal inteligencia? o ¿Por qué un empleado modelo, con los mejores resultados en su empresa puede ser incapaz de resolver un conflicto con sus colegas de trabajo? o ¿Cómo es posible que un arquitecto inteligente, capaz de diseñar creativas e imposibles construcciones sea incapaz de iniciar y mantener una conversación?

Las respuestas radican necesariamente  en que la inteligencia académica tiene poco que ver con la vida emocional. Hasta las personas más inteligentes y con un CI más elevado pueden ser pésimos dirigentes  de su vida y hundirse en pasiones e impulsos ingobernables o no tener las habilidades sociales y empáticas necesarias para llevar una vida adaptada en la sociedad.

Diversos estudios consideran que el coeficiente intelectual parece aportar tan sólo un 20% de los factores determinantes del éxito en la vida, lo cual supone que el 80% restante depende de otra clase de factores. Y éste es precisamente el problema, porque la inteligencia académica no ofrece la menor preparación para la multitud de dificultades, o de oportunidades, a la que deberemos enfrentarnos a lo largo de nuestra vida. Estos otros factores a los que me refería anteriormente son lo que consideramos  la inteligencia emocional, que contiene características como la capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de retrasar las gratificaciones, de resolver conflictos adecuadamente, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás.
Tal como ocurre con la asignatura de lenguaje o de matemáticas, el conjunto de habilidades que supone la vida emocional puede dominarse en mayor o menor medida. Y el grado de dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar el motivo por el cual ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, acaban en un callejón sin salida.

Aunque  nuestro temperamento y carácter tiene una base genética, existe un porcentaje elevado de conductas emocionales que son aprendidas. Así, las lecciones emocionales que aprendimos en casa y en la escuela durante la niñez nos influencian en que seamos más aptos o más ineptos en el manejo de los principios que guían la inteligencia emocional. En este sentido, la infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras vidas.

La inteligencia emocional nos lleva a una vida más equilibrada y feliz, y es que una persona con inteligencia emocional posee confianza en sus capacidades; crea y mantiene relaciones satisfactorias con un comportamiento asertivo (comunicando lo que necesita, siente y piensa así como teniendo en cuenta los sentimientos de los otros); está motivado para explorar, afrontar desafíos y aprender; posee una alta autoestima; tiene recursos para resolver conflictos etc. Y todo ello influye de forma positiva en todas las áreas de su vida.

 Una vez que conocemos la importancia de la inteligencia emocional en nuestras vidas y la importancia de su aprendizaje en tener una vida más feliz y exitosa, podemos adentrarnos a conocer cuáles son las habilidades que se incluyen dentro de lo que se ha dado en llamar “inteligencia emocional”.


Fuentes: "La práctica de la inteligencia emocional". Daniel Goleman.
               "La inteligencia emocional". Daniel Goleman.
                Guía breve de educación emocional para familiares y educadores. Asociacion Elisabeth d´Ornano.

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